Escribo esta noche como si fuera el penúltimo día en el que tocare las teclas de aquel viejo piano que está en el centro de mí ser,

en donde la tinta es derramada entre estas paginas blancas, que tienen mucha historia por contar; cuestionamientos vienen a mí mente, sin tocar la puerta entran dejando un trago amargo recorriendo cada rincón de mi ser.

Plasmado entre notas, se escucha mi tristeza y mi dolor; me encuentro circunspecto viendo aquel viejo teclado, lleno de polvo; a pesar de lo vetusto que estaba, seguía emitiendo aquel agraciado sonido que invadía la habitación.

La melodía se escuchaba igual de encantadora, ¿y cómo no? Si era eso lo que hacia que cada engranaje funcionara en el sistema; a pesar de lo bizarro que se veía aquel instrumento, la música que emanaba de el, era inefable al igual que el dueño del mismo.

En una de las paredes donde se ubicaba el piano, se distinguía a lo lejos un pequeño orificio en el que emanaba un destello de luz; al poder verlo de una mejor manera, en su exterior se podía distinguir a las demás maquinas andando por la calle, con un pequeño aparato que les robaba la esencia y el sonido de su vida; la música de cada una de esas maquinas era un simple sinfonía mal hecha, que no transmitía nada más que solo un tropel sin sentido.

¿Acaso eso era lo que había fuera de estas paredes?

Estragos, tristeza, riñas, soledad, dolor… ¿maquinas sin música? ...sin… ¿vida?

Me niego a estar taciturno como los demás, estando en esos dispositivos que te roban la sinfonía de tu alma, sin dejar emitir un sonido agradable.

- Lupita Mejía