El Asesinato del Periodismo

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Por Juan Pablo Proal

La alarma le recuerda iniciar el rito automático: enciende la radio, cambia de posición, continúa dormitando. Hoy, el ruido es un poco más desagradable que de costumbre. La cabeza de Luis Garmilla está pesada, adolorida por las copas de hace unas horas. El autómata de las noticias en que se ha convertido lo obliga a prestar atención. «Repito para quienes no nos han escuchado: explota ducto de Pemex en San Macario, cinco muertos, número indeterminado de heridos». De mala gana, Luis abre su computadora y empieza a transcribir declaraciones, datos y testimonios vertidos en el noticiero. Le echa un telefonazo al jefe de prensa de Protección Civil para pedirle «datitos». Consulta los portales informativos. Pega y recorta información de aquí y de allá. Manda su nota a la sección de Estados de El Veraz, «el gran diario nacional de información objetiva». Se mete a la cama. Programa la alarma de su celular a las 8:45.

En un alto, Luis observa que su nota publicada en El Veraz apenas tiene dieciséis likes en Facebook. Llega al restaurante Santa Mónica veinte minutos después de iniciada la rueda de prensa del panista Jorge Verdugo. Una reportera lo pone al tanto de lo ocurrido: el político presentará una queja por irregularidades en el proceso de sucesión de la dirigencia local del pan. Luis escucha con desgano, está más interesado en pedirle al mesero unos chilaquiles. Suena su teléfono celular. Es el jefe de Estados de El Veraz.
—¿Qué pasó, jefe?
—Está cabrón lo de San Macario, ¿ya vas para allá?
—Sí, voy en camino, ya tomé carretera —miente Luis.
—Apúrate para que mandes en chinga. Y acuérdate, nada de jugar al escritor con tus entraditas literarias. Aquí hacemos periodismo.
—Disculpe, jefe, ¿me podrían depositar algo de viáticos?
—¡Pensando en los viáticos! ¡La noticia no espera, carajo!

Su otro jefe, Alejandro García, subdirector de El vocero regional, le encargó cubrir cuatro ruedas de prensa y la sesión de Cabildo. El tanque de gasolina de su Chevy tiene poco más de un cuarto de combustible. Apenas cuenta con cuatrocientos pesos para terminar la quincena. Pagan en seis días.

Al inicio de la sesión de preguntas y respuestas de la rueda de prensa, suena nuevamente el teléfono de Luis. Le llama García.

—Buenos días, jefe.
—No has dictado la nota de Verdugo para el portal.
—Todavía no termina la rueda de prensa.
—Apúrate, chingá. Por cierto, el sábado vas a tener que trabajar. Te irás al pueblo del dueño, su tío será nombrado ciudadano distinguido y quiere que lo cubramos. No la cagues.
—Pero el sábado tengo la entrevista con Juan Villoro, la pacté desde hace tres semanas para nuestro suplemento cultural. ¿No recuerda?
—Pues la cancelas. Apúrate con la nota de Verdugo. Estás descuidando mucho el periódico desde que tienes esa pinche corresponsalía. Deja de jugar a ser periodista famoso.

Luis se queda petrificado de rabia. Abandona los chilaquiles y la rueda de prensa. «Yo nací para ser periodista, ya basta de estas pendejadas».

Se dirige a la carretera interserrana que comunica con San Macario. Hará la mejor cobertura de su historia, se promete. Aviva su ánimo con imágenes mentales de García Márquez y Kapus´cin´ski, con su máxima: «Los cínicos no sirven para este oficio». Reproduce en el estéreo de su coche «La maza», de Silvio Rodríguez. Se siente orgulloso de haber elegido «la mejor profesión del mundo». Pisa más fuerte el acelerador. Apaga su teléfono celular, no quiere interrupciones de nadie, menos de García. Está ansioso por llegar al municipio, entrevistar a las víctimas, investigar las verdaderas razones de la explosión. «Me empezarán a tomar en serio en El Veraz».

Una imponente mancha fungiforme acapara el cielo de San Macario. Luis deja su coche en una acera. A lo lejos, una marabunta de reporteros entrevista al secretario de Protección Civil. Luis trota en dirección al amontonamiento. Carga una mochila con una libreta, una pluma y una grabadora. De repente, su tobillo derecho se dobla. Grita de dolor mientras cae en un charco fangoso.

Cojeando y escurriendo lodo, Luis llega a la entrevista banquetera. Estira su mano derecha para que su grabadora registre la voz del funcionario, pero pocos segundos después los reporteros bajan sus brazos. El político se da la media vuelta y camina rumbo a la zona resguardada.

Un compañero lo pone al tanto de lo declarado y le indica dónde viven los familiares de las víctimas. Maltrecho, Luis se dirige a una de las casas de los damnificados. Al llegar, pobladores con los rostros humedecidos por el llanto le relatan que desde hace meses un grupo criminal roba combustible del ducto; le entregan fotografías que documentan su aseveración. También le facilitan copias de la queja que presentaron en la presidencia municipal.
Después de pasar casi dos horas con los pobladores, prende su teléfono y llama al jefe de Estados.

—Jefe, traigo información buenísima de San Macario. Conseguí unos documentos...
—Olvida lo de San Macario, nadie peló la nota, se compartió poco.
—Pero tengo documentado que el crimen organizado está involucr...
—¡Claro que está involucrado, eso no es nota! Regrésate en chinga a la ciudad. El gobernador fue exhibido en un videoescándalo cabrón: lo grabaron pedísimo amenazando al dueño de un table.

Devastado, Luis camina a la tiendita de enfrente para comprar cerveza. Le llega un mensaje de texto de García: «A mí nadie me apaga el teléfono. Estás suspendido una semana sin goce de sueldo».

En la miscelánea, una estampa alivia su estado de ánimo: un gatito corretea juguetonamente a un loro. La señora que atiende le cuenta que el ave y el gato, sus mascotas, se han hecho grandes amigos. Luis los graba en un video de cinco segundos que de inmediato publica en su muro de Facebook.

Entra a su automóvil, abre una cerveza y arranca rumbo a la ciudad. Su teléfono celular le manda una ametralladora de notificaciones. Sus contactos comparten masivamente el video en las redes sociales. En menos de diez minutos, el gato y el loro se vuelven tendencia en el país. Los operadores de redes sociales de El Veraz se percatan del fenómeno y en un par de clics distinguen que la fuente original es Luis. Le informan al jefe de Estados, quien, descompuesto de ira, llama al corresponsal.

—¿Eres pendejo o qué?
—¿Qué pasó, jefe?
—¿Por qué no enviaste el video del gato y el loro para la sección de Curiosidades del portal? Cómo se ve que tú no quieres crecer en El Veraz.

Gracias a Tierra Adentro, de ahí tomamos prestada/robada esta información.