Violencia de género a través del amor romántico.

Amor romántico mata

Coral Herrera Gómez expone que el romanticismo es el mecanismo cultural más potente para perpetuar el patriarcado, y señala que la lucha contra la violencia machista debe incluir la consolidación de otros modelos de relaciones. El amor romántico es la herramienta más potente para controlar y someter a las mujeres.

Son muchos los que saben que combinar el cariño con el maltrato hacia una mujer sirve para destrozar su autoestima y provocar su dependencia, por lo tanto utilizan el binomio maltrato-buen trato para enamorarlas perdidamente y así poder domarlas.

 Los padrotes siguen su guión a la perfección: primero las colma de amor, atenciones y regalos durante dos meses, haciéndoles creer que es la mujer de su vida y que siempre tendrá dinero disponible para sus necesidades y caprichos. Después la mete unos días en un prostíbulo para que “le hagan terapia” las muchachas; si ella se resiste, patalea, se enfada, lo mejor es dejar que se le pase sola. Jamás pedirle perdón. Es necesario que sufra hasta que su orgullo se desmorone y se ponga de rodillas, aceptando la derrota.

El macho debe mantenerse firme, mostrar su desprecio, marcharse en los momentos de rabia máxima, y nunca apiadarse de las lágrimas de su esposa. Esta técnica les asegura que ellas accedan a sus deseos y trabajen para él en la calle o en puticlubs; la mayoría de ellas no tienen a dónde ir, y según ellos, una vez que prueban el lujo ya no quieren volver a su pobreza.

Este relato de horror es muy común en el mundo entero. No solo proxenetas y chulos, sino también numerosos novios y maridos tratan a las mujeres como yeguas salvajes que hay que domesticar para que sean fieles, sumisas y obedientes. Muchos siguen creyendo que las mujeres nacieron para servir o para amar a los hombres. Y muchas mujeres lo seguimos creyendo también.

“Por amor” las mujeres nos aferramos a situaciones de maltrato, abuso y explotación. “Por amor” nos juntamos con tipos horrendos que al principio parecen príncipes azules, pero que luego nos estafan, se aprovechan de nosotras, o viven a costa nuestra. “Por amor” aguantamos insultos, violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos “por amor”, y a la vez de presumir de nuestra intensa capacidad de amar. “Por amor” nos sacrificamos, nos dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestras redes sociales y afectivas. “Por amor” abandonamos nuestros sueños y metas, “por amor” competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre, “por amor” lo dejamos todo…

Este “amor”, cuando nos llega, nos hace mujeres de verdad, nos dignifica, nos hace sentir puras, da sentido a nuestras vidas, nos da un status, nos eleva por encima del resto de los mortales. Este “amor” no es solo amor: también es la salvación. Las princesas de los cuentos no trabajan: son mantenidas por el príncipe. En nuestra sociedad, que te amen es sinónimo de éxito social, que un hombre te elija te da valor, te hace especial, te hace madre, te hace señora.

Este “amor” nos atrapa en contradicciones absurdas “debería dejarle, pero no puedo porque le amo/porque con el tiempo cambiará/porque me quiere/porque es lo que hay”. Es un “amor” basado en la conquista y la seducción, y en una serie de mitos que nos esclavizan, como el de “el amor todo lo puede”, o “una vez que encuentras a tu media naranja, es para siempre”. Este “amor” nos promete mucho pero nos llena de frustración, nos encadena a seres a los que damos todo el poder sobre nosotras, nos somete a los roles tradicionales, y nos sanciona cuando no nos ajustamos a los cánones establecidos para nosotras.

Este “amor” nos convierte también en seres dependientes y egoístas, porque utilizamos estrategias para conseguir lo que anhelamos, porque nos enseñan que una da para recibir, y porque esperamos que el otro “abandone el mundo” del mismo modo que nosotras lo hacemos. Es tanto el “amor” que sentimos que nos convertimos en seres amargados que vomitan diariamente reproches y reclamos. Si alguien no nos ama como amamos nosotras, este “amor” nos hace victimistas y chantajistas (“yo que lo doy todo por ti”).

Este “amor” nos lleva a los infiernos cuando no somos correspondidas, o cuando nos son infieles, o cuando nos abandonan: porque cuando nos hemos dado cuenta, estamos solas en el mundo, alejadas de amigas y amigos, familiares o vecinos, pendientes de un tipo que se cree con derecho a decidir por nosotras.

Por eso este “amor” no es amor. Es dependencia, es necesidad, es miedo a la soledad, es masoquismo, es una utopía colectiva, pero no es amor.

Amamos patriarcalmente:es un mecanismo cultural para perpetuar el patriarcado, mucho más potente que las leyes.

A las mujeres nos han enseñado a amar la libertad del hombre, no la nuestra propia. Las grandes figuras de la política, la economía, la ciencia o el arte han sido siempre hombres. Admiramos a los hombres y les amamos en la medida en que son poderosos; las mujeres privadas de recursos económicos y propiedades necesitan hombres para poder sobrevivir.

La desigualdad económica por razones de género nos lleva a la dependencia económica y sentimental de las mujeres. Los hombres ricos nos resultan atractivos porque tienen dinero y oportunidades, y porque nos han enseñado desde pequeñas que la salvación está en encontrar un marido. No nos han enseñado a luchar por la igualdad para que tengamos los mismos derechos, sino a estar guapas y conseguir a alguien que te mantenga, te quiera y te proteja, aunque para ello tengas que quedarte sin amigas, aunque tengas que juntarte a un hombre violento, desagradable, egoísta o sanguinario.

Esta desigualdad estructural que existe entre mujeres y hombres se perpetúa a través de la cultura y la economía. Si gozásemos de los mismos recursos económicos y pudiésemos criar a nuestros bebés en comunidad, compartiendo recursos, no tendríamos relaciones basadas en la necesidad; creo que nos amaríamos con mucha más libertad, sin intereses económicos de por medio. Y disminuiría drásticamente el número de adolescentes pobres que creen que embarazándose van a asegurarse de el amor del macho, o al menos una pensión alimenticia durante veinte años de su vida y eso si les otorgan que les den pensión.

Tenemos que trabajar mucho para que el amor se expanda y la igualdad sea una realidad, más allá de los discursos. 

Fuente: Pikara Magazine