El silencio como forma de socialización de género.

SILENCIO DE GÉNERO

Nuestra socialización de género —ese entrenamiento destinado a que las mujeres ocupemos determinados espacios y otros no, voluntariamente o a la fuerza— nos dice que el silencio es un lugar seguro y decoroso. Comportarse como una señora está asociado al mutismo elegante y estoico. Un hombre que calla es cobarde, una mujer que calla es una señora.

“Aprendemos que guardar silencio es un modo de no ser señalada y, por tanto, de sobrevivir en sociedad. Recibimos a través de los medios y la cultura que la mujer que habla ya ha hecho algo malo”, explica Ana Bernal Triviño, profesora de la Universitat Oberta de Catalunya.

“El relato de las víctimas de violencia machista no puede entenderse sin entender cuándo y por qué callaron. Aquí el silencio no es ausencia de discurso, tiene significado. Es una manera de protegerse y un espacio de reflexión para reconocer su papel de víctimas”, continúa Bernal. Pero romper el silencio, empezar a llamar a las cosas por su nombre, acarrea culpa.

En los testimonios se repite un patrón siniestro, el del reencuentro cordial, distanciado en el tiempo de la ruptura, con la expareja que ha ejercido maltrato psicológico o incluso físico. “De alguna forma hay un esfuerzo extremo por cuidar al entorno común. No quieres crear incomodidad, lo que hay que entender es que tu pulsión principal es ser feliz, vivir tranquila y no ser señalada. Con esa cordialidad forzada no haces más que reforzar la comodidad que esa persona ya se ha garantizado”.

En la serie de Rocío Carrasco, se hace notar el papel de la mujer infiel y la mala madre. Todos clichés monstruosos, desequilibrados y perfectamente perfilados para que queramos huir de ellos. El silencio se convierte en una manera de alejarnos de estas mujeres que no queremos ser. “Es igual que la presión sobre nuestro físico”, “se da una vigilancia sobre nuestra actitud. Debe ser relajada, equilibrada”. En el juicio social a las mujeres, estas herramientas facilitan que reaccionar se confunda con enloquecer.

Hablar tiene un alto precio, pero callar también. Guardar silencio es claustrofóbico, y responder, arriesgado. Quizá la solución pase por entender que no hay elegancia, decoro o seguridad en el silencio de las mujeres, pero que la decisión de romperlo les pertenece a ellas y nunca es inoportuna.

Por el momento es responsabilidad de todos arropar a las que agarran el altavoz.

Fuente: ELPAIS.COM